Quisiera reflexionar en dos temas esta semana.

El primero es del Padre Nuestro, el cual es uno de los evangelios esta semana.

San Cipriano señala: “Sobre todo, [Jesús] no quería que oráramos solos en privado o solo por nosotros mismos. No decimos ‘Padre mío, que estás en los cielos’, ni ‘Dame hoy mi pan de cada día’”.

Hagamos una pausa ahí. Nueve veces el Padre Nuestro usa “nuestro” o “nosotros” o “nos”. Me pregunto: ¿Realmente pensamos de esa manera, en términos de “nosotros”, en términos de pertenecer a un solo cuerpo o una sola familia? Creo que, la mayoría de las veces, pensamos en términos de individualismo.

Consideremos cómo se sienta una familia en la misa: todos juntos. Luego considere cómo nosotros, como congregación general, a menudo nos sentamos en Misa: con tanto “espacio de seguridad” entre las personas como sea posible. Consideremos cómo un grupo de personas conduce en una caravana: siempre pensando en los demás. Ahora consideremos cómo nosotros, como población general, conducimos en las carreteras: cada conductor por sí mismo.

Creo que este es uno de los lugares donde necesitamos una conversión en la Iglesia. Pero lo que necesitamos no es sólo una conversión intelectual; podemos convencernos a nosotros mismos del hecho de que somos un solo cuerpo en Cristo. Lo que necesitamos es una conversión imaginativa, donde instintivamente pensemos de esa manera. ¡No dudamos en sentarnos junto a extraños en un juego de los Cardenales, animar juntos y unirnos a “la ola” cuando rodea el estadio! No dudamos en transformar nuestras casas en espacios acogedores para fiestas y recibir y conversar con extraños. ¿Por qué dudamos tanto en hacer esas mismas cosas como miembros de la Iglesia? Porque aún no nos hemos convertido real y profundamente a pensar en términos de “nosotros”.

El segundo tema sobre el que me gustaría que reflexionáramos es sobre el sacrificio.

Hay mucho que objetar en el mundo en estos días. Pero la gente parece esperar que una objeción no nos cueste nada más que palabras, y que nuestras palabras (o indignación) por sí solas sean suficientes para cambiar el mundo.

Muy simple, ¡así no es cómo funciona la “economía” del mundo espiritual! Tiene que haber algún sacrificio para que nuestra objeción tenga peso.

Todas las culturas antiguas sabían esto. Ahora, para estar seguros, estaban equivocados sobre el sacrificio humano. Pero si esas antiguas culturas estaban equivocadas acerca de lo que necesitaba ser sacrificado, tenían razón sobre el hecho de que tenía que haber un sacrificio. Ellos cometieron un tipo de error sobre el sacrificio; ¡Simplemente hemos caído en el error opuesto al pensar que el sacrificio es obsoleto!

Volvamos a lo básico: Jesús hizo un sacrificio. Esta semana celebramos la Natividad de San Juan Bautista; el hizo un sacrificio. Celebramos la fiesta de Santo Tomás Moro y San Juan Fisher; ambos hicieron un sacrificio. ¡Esos sacrificios cambiaron el mundo!

Todas las generaciones anteriores han conocido esta verdad sobre el sacrificio, pero parece que la hemos olvidado. Es hora de recordarlo. Si seguimos a Jesús y a los santos, entonces nos daremos cuenta de que tenemos que hacer sacrificios. Si los estudiamos cuidadosamente, aprenderemos qué sacrificar y cómo. Entonces seremos capaces de cambiar el mundo.