Hace dos semanas celebramos la conferencia SEEK24 en el centro de St. Louis. Casi 20,000 personas, en su mayoría adultos jóvenes, llegaron a crecer tanto en el seguimiento como en la proclamación de Cristo. Fue una experiencia extraordinaria de la vitalidad de la Iglesia joven.

A medida que comenzamos a pensar, orar y hablar más profundamente sobre la vitalidad parroquial en la Arquidiócesis de St. Louis, me gustaría recordar algo que sucedió repetidamente a medida que se desarrollaba la conferencia.

Cada vez que uno de los oradores principales mencionaba una escuela en particular, los estudiantes de esa escuela vitoreaban alegremente. Estaban encantados de ser reconocidos y conocidos.

Lo que sucedió a nivel grupal también se repitió una y otra vez a nivel individual. Una persona reconocía a otra y gritaba. Se podía ver la alegría que le producía a ese individuo ser reconocido y conocido.

Tal vez sea una ley de la naturaleza humana: nos deleitamos en ser reconocidos y conocidos. Esa ley estuvo en plena exhibición en SEEK24, y me pregunto si podría ayudar con la vitalidad de la parroquia de dos maneras.

Primero: ¿Nos acercamos a Jesús en la Eucaristía de esta manera? Mi punto no es que nos presentemos para reconocer a Jesús, aunque eso también es cierto y esencial. Mi punto es: ¿Nos acercamos a Él con la intención de que nos reconozca y nos conozca, nos acercamos y recibimos la Eucaristía con ese tipo de deleite? “Jesús me miró, me reconoció, me conoce, se entregó a mí”. ¿Nos alegramos, al menos internamente, cuando esto sucede?

Mientras nos preparamos para el Congreso Eucarístico Nacional este verano en Indianápolis y nos enfocamos en el renacimiento de nuestra propia devoción eucarística, tal vez podríamos aprender algo de la experiencia de SEEK24.

Aquí hay un segundo elemento de cómo ese deleite se relaciona con la vitalidad de la parroquia: ¿Brindamos esa misma experiencia a otros cuando ingresan a la parroquia? ¿Los miramos con reconocimiento y deleite y dejamos que se deleiten al ser reconocidos? (O, si no los reconocemos, ¿estamos al menos genuinamente encantados de conocerlos?) Esa pequeña experiencia podría transformar la experiencia de la vida parroquial de las personas.

Amigos, vivimos en un mundo cansado. La espiritualidad sin religión, la promesa (vacía) de salvación por la tecnología y las conversaciones superficiales por el relativismo la hacen cansada. Tenemos la oportunidad de llevar una tremenda fuente de energía a un mundo cansado: el deleite de ser reconocidos, conocidos y amados por Jesús.

¿Qué pasaría si nos preguntáramos, al final de cada día: ¿Qué oportunidades tuve hoy para hacerle saber a alguien que Jesús lo reconoce y se deleita en él? ¿Cómo me fue con esas oportunidades?

Si nos hacemos esas preguntas todos los días, podríamos comenzar a dar respuestas más rápidas y profundas a las oportunidades que se presentan.

¿Te parece poco? Quizás. Pero Jesús cuenta la parábola del grano de mostaza esta semana: Aunque “es la más pequeña de las semillas, se convierte en la más grande de las plantas”. Esta experiencia de reconocimiento y deleite es una pequeña semilla que podríamos comenzar a plantar de manera más deliberada y abundante en nuestras interacciones diarias. Podría hacer una gran contribución a la vitalidad de la parroquia.