“El Señor me llamó desde mi nacimiento, me puso mi nombre desde el vientre de mi madre” (Isaías 49)

¿Sabías que tienes un nombre, no el que te dieron tus padres, sino un nombre que Dios te da?

De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, ese nombre “expresa las esencia e identidad de una persona y el significado de su vida” (CCC, 203)

Por ejemplo, el Catecismo nos indica: “En Hebreo Jesús quiere decir: ‘Dios Salva’. En la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión” (CCC, 430).

En su encíclica “Redemptoris Mater” (“Madre del Redentor”), San Juan Pablo II habló de lo mismo sobre María: “En la anunciación, el mensajero saluda a María como ‘llena de gracia’, como si ese fuera su nombre real. No la llama por su nombre terrenal: Miriam (María), sino por su nuevo nombre: ‘llena de gracia’ ”

En la Biblia hay muchos episodios en los que se dan otros nombres lo que nos alerta sobre esta realidad espiritual. Y ese es un tema rico y fructífero en la vida espiritual. Es también de mucha ayuda para liberarnos.

Pensemos en esto: Jesús conoce Su “nombre”, lo que le da Su identidad y misión. Un nombre que lo libera de la agenda de los demás en Su vida. ¿No sería bueno vivir con esa clase de libertad? Y al liberarse de la agenda de los demás, Él se liberó para darle toda Su energía a la misión que el Padre le dio, incluso y especialmente a las partes difíciles de esa misión, que vemos y oímos detalladamente a través de la Semana Santa. ¿No sería bueno tener esa clase de fortaleza en nuestras vidas? — ser capaces de decir, con Jesús en el punto central de la traición. “Ahora el Hijo del Hombre es glorificado, y Dios se glorifica en Él” — en otras palabras, “por eso exactamente estoy aquí — esa es mi misión”.

Conocer nuestro nombre puede transformarse en nuestra base de operaciones para el consuelo y en una brújula que guíe nuestro discernimiento. Es una base de operaciones para el consuelo, porque mientras nos mantengamos en la identidad y misión que Dios nos da, tendremos la clase de consuelo que viene de permanecer en la relación correcta con Dios. Es una brújula que guía nuestro discernimiento porque podemos juzgar cada curso de acción propuesto por ese criterio: ¿Es consistente con la identidad y misión que Dios me ha dado — mi ‘nombre espiritual’ — o me aleja de esa identidad y misión?

De tal manera, les doy a continuación una simple exhortación para esta semana, a medida que caminamos con Jesús a través de los eventos de la Semana Santa, a medida que vemos como Él vive Su nombre, la identidad y misión que el Padre le dio, escuchemos el nombre que Dios nos da a cada uno de nosotros. Oremos para conocer nuestra misión e identidad más profundas, y para tener la claridad y la fortaleza para vivirlas.