¡Cristo ha resucitado!
Esta semana los Evangelios de cada día nos hablan acerca de las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos.
Una característica común de estas apariciones — y una muy curiosa — es que los seguidores de Jesús no siempre lo reconocen.
Así pasó con María Magdalena cuando fue a la tumba: “Ella se dio la vuelta y vio a Jesús allí, pero no sabía que era Jesús”.
Igual
sucedió con los discípulos en el camino a Emaús: “Jesús mismo se acercó
a ellos y caminó con ellos, pero a sus ojos no les fue permitido
reconocerlo.”
De la misma manera sucedió cuando Pedro y su grupo
se reunieron para ir a pescar: En la mañana después de pescar toda la
noche sin éxito, “Jesús estaba parado en la playa; pero los discípulos
no se dieron cuenta que era Jesús.”
En cada caso algo pasó que
abrió sus ojos. Este patrón es instructivo para nosotros porque refleja
nuestra experiencia. Jesús está siempre presente con nosotros, aunque no
siempre reconocemos Su presencia. Estos relatos nos animan a ser más
rápidos para reconocer a Jesús, y nos dan algunas señales acerca de cómo
hacerlo.
Por ejemplo, Jesús llama a María por su nombre. Él habla
con una palabra especial a su corazón, y es entonces cuando ella lo
reconoce. Lo mismo pasa cuando leemos las sagradas escrituras. Algunas
veces las palabras entran por un oído y salen por el otro. Cuando esto
sucede somos como los discípulos en el camino a Emaús: Jesús nos está
hablando, pero nosotros no lo reconocemos. Algunas veces, sin embargo,
una palabra llama nuestra atención, nos da paz y descanso, o le da
energía a nuestro intelecto e imaginación. Entonces nuestros ojos se
abren y sabemos que: la Palabra — Jesús — nos está diciendo una palabra
especial a nosotros, llamándonos por nuestro nombre. Entonces nos
transformamos como los discípulos que dijeron: “¿No ardían nuestros
corazones dentro de nosotros mientras Él nos hablaba de esta manera?”
Estoy seguro de que ellos fueron más rápidos la siguiente vez en
reconocer esta señal de su presencia. Y yo me pregunto: ¿podemos
nosotros también ser más rápidos?
Lo mismo es cierto de nuestras
experiencias cada día. Algunas veces nuestras interacciones con las
personas van y vienen, y nos olvidamos de ellas. Sabemos,
intelectualmente, que Jesús está presente en las personas que
encontramos, pero de alguna manera no lo reconocemos.
Algunas
veces, estamos en el extremo de recibir algo hermoso. Podemos decir: “Yo
tuve una interacción que realmente permaneció conmigo. Fui consolado
profundamente por lo que esa persona dijo o hizo.” Algunas veces,
estamos en el extremo de dar — somos capaces de levantarle el animo a
alguien, y los buenos frutos de la interacción continúan para consolar y
darnos energía a través del día. En ese momento somos como los
discípulos cuyos ojos se abrieron por la milagrosa cantidad de la pesca,
y podemos decir: “¡Es el Señor!”
Jesús resucitado entra en
nuestras vidas. Como los discípulos en estos relatos, nosotros no
siempre reconocemos a Jesús. Sin embargo, los evangelios nos enseñan
algunas de las señales que abrieron los ojos de los discípulos. Quizás
podemos aprender de estas lecciones, y este año, reconocerlo más
rápidamente cuando Él aparezca ante nosotros.