El 14 de septiembre celebramos el Triunfo (o la Exaltación) de la Santa Cruz, seguida inmediatamente por la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores el 15 de Septiembre. Me gustaría reflexionar sobre la Cruz como una revelación paradójica de poder.

El Evangelio de Juan se divide en dos secciones principales: el Libro de los Signos (capítulos 1-12 y el Libro de la Gloria (capítulos 13-20) ¡El corazón del Libro de la Gloria es justamente la Cruz! Es por eso por lo que tan pronto como Judas sale a traicionar a Jesús, Él dice: “Ahora el Hijo del Hombre es glorificado, y Dios es glorificado en Él”. (Juan 13:31) Todo el movimiento del Evangelio es la Cruz y a través de la Cruz, ¿Cómo puede eso ser glorioso?

Santo Tomás de Aquino proporciona algo de ayuda cuando define la gloria como “la manifestación de la bondad de Dios”. Su definición nos ayuda a resolver nuestro enigma: la Cruz es gloriosa porque manifiesta perfectamente la bondad de Dios. Eso puede ayudarnos a entender por qué Cristo todavía lleva las heridas de la Cruz en Su cuerpo glorificado: continúan siendo una manifestación de la bondad de Dios en Él.

Pero si así es como se ve la victoria, entonces estamos tenemos una gran necesidad de conversión. Los deportes y las películas han llenado nuestra imaginación con un sentido diferente de victoria. No me malinterpreten, ¡me encantaría ver a los Cardenales ganar la Serie Mundial! Pero si construimos nuestra imaginación cristiana sobre una noción mundana de victoria, construimos nuestra casa sobre arena, porque así no es cómo funciona el mundo espiritual. Cuando construimos nuestra imaginación cristiana sobre el triunfo de la Cruz, construimos nuestra casa sobre roca sólida, porque edificamos sobre Cristo.

¡Eso no hace las cosas fáciles! Por eso es importante que el Triunfo de la Cruz sea seguido inmediatamente por Nuestra Señora de los Dolores. La Cruz es verdaderamente una victoria, pero eso no borra el dolor, así como la resurrección no borra las marcas de los clavos en el cuerpo de Jesús.

Algo importante sucede cuando, como María, nos paramos al pie de la Cruz y dejamos que todo su dolor entre en nuestros corazones. Recuerda, cuando María está al pie de la Cruz, Jesús la llama “Mujer”. Leyendo eso superficialmente podríamos pensar: “¡Qué grosero!” o al menos “¡Qué distante!”

Pero necesitamos comprender la clave: en el Evangelio de Juan, todos los llamados por un título en lugar de por su nombre no solo son un individuo, sino también un símbolo. En este caso, Jesús llama a María por el mismo término que Eva en el libro de Génesis. Eso significa que María se convierte en la “madre de todos los que viven desde este lugar de dolor”. Desde aquí, desde este lugar de dolor, da fruto como madre espiritual. Estar al pie de la Cruz es, para ella, una especie de triunfo y victoria.

El mundo de hoy está lleno de dolor. Y, muy a menudo, nos alejamos del dolor, porque parece lo opuesto a la victoria, el triunfo y la gloria. ¿Qué pasaría si permitiéramos que estos dos días de fiesta remodelaran nuestra imaginación? Podríamos aprender a abrazar nuestras propias cruces, sabiendo que Dios estaba ganando una gran victoria a través de ellas. Y podríamos aprender a estar con los demás al pie de sus cruces, y dar fruto como María. Podríamos mostrarle al mundo que hay otra manera de combatir el dolor.