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SIRVAN AL SEÑOR CON ALEGRÍA | El Verbo se hizo carne para que nosotros pudiéramos ser partícipes de la naturaleza divina

No importa donde comencemos, Jesús está dispuesto a caminar con nosotros hacia la purificación, pidiendo de nosotros únicamente que demos cada paso con Él

Queridas hermanas y hermanos en Cristo:

“Que maravilloso intercambio”

Mientras celebramos el Día de Todos los Santos (el 1 de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos, (el 2 de noviembre), me gustaría reflexionar sobre la idea del “intercambio” que Jesús completa con Su Encarnación, Pasión y Muerte.

San Pablo lo resume de esta manera: “Jesucristo, quien, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para que, por medio de su pobreza, ustedes se hicieran ricos”. (2 Corintios 8:9) En la Encarnación, Jesús tomó todo lo que nosotros tenemos y, en el intercambio, nos da todo lo que Él tiene. ¡Ese es un buen intercambio!

O así lo parece a nivel conceptual. Sin embargo, a nivel práctico, ¡nos resistimos al intercambio! Para superar esa resistencia, es importante que no nos equivoquemos en dos cosas.

La primera es el concepto tradicional teológico de la divinización. Al principio, esto parece extraño, pensar en todo lo que podríamos realmente recibir por la divinidad de Jesús. Sin embargo, es lo que la Biblia enseña: el Verbo se hizo carne “para hacernos partícipes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4) Eso fue lo que los Padres de la Iglesia enseñaron, como San Atanasio: “El Hijo de Dios se hizo hombre, para que nosotros pudiéramos transformarnos en Dios”. Esto fue lo que Santo Tomas de Aquino enseñó: “El Hijo unigénito de Dios, quiso que compartiéramos Su divinidad, por eso asumió nuestra naturaleza, de manera que Él se hizo hombre para hacer de los hombres dioses”.

La promesa de la Cristiandad, en las palabras de Fulton Sheen, no es volvernos “gente agradable”. Es, que, por la gracia de Dios, nosotros podemos convertirnos en lo que C.S. Lewis llamó una vez “criaturas a las que te sentirías fuertemente tentado a adorar”, pero esa asombrosa promesa viene con un requisito, y el requisito nos hace dudar. En 1 Juan 3:3 está escrito: “Cualquiera que tiene su esperanza puesta en Él se purifica a sí mismo, tal como Cristo es puro” ¿Estamos dispuestos a purificarnos? Y esa no es una cita bíblica aislada. La línea de razonamiento data de Levíticos 19 cuando Dios le dice a los Israelitas: “Deben ser santos porque Yo, el Señor tu Dios, soy santo”. Está presente en el corazón del Sermón de la Montaña, cuando Jesús dice: “Así que sean perfectos, ya que su Padre celestial es perfecto”. Este es uno de los puntos finales del libro final de la Biblia: “Nadie que no esté limpio entrará en ella (en la Jerusalén Celestial)” (Apocalipsis 21:27).

San Pablo pone un buen punto a la conexión cuando dice: “Así que, si fuimos unidos a Cristo en una muerte como la de Él, también nos uniremos con Él en su resurrección” (Romanos 6:5) ¡Es un gran “si”! Nuestro extremo del intercambio requiere que demos todo lo que tenemos, y esta es la fuente de nuestras dudas: no estamos seguros de lo que queremos. La decisión es simple. Solo que no es fácil.

Esa es la primera cosa en la que no debemos equivocarnos: la magnitud de la oferta y la correspondiente profundidad del requisito.

Sin embargo, para que no nos desesperemos, pensando que todo está más allá de nuestro alcance, es importante que no nos equivoquemos con otra cosa: por dónde está dispuesto Jesús a comenzar. Afortunadamente, este punto está ampliamente ilustrado en los Evangelios: “Muchos cobradores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo, pero los Fariseos y los escribas empezaron a quejarse: Este hombre les da la bienvenida a los pecadores, y hasta come con ellos”. (Lucas 15;1-2)

Dios bendice a los Fariseos y a los escribas por aclarar el punto: ¡Jesús está dispuesto a empezar donde quiera que nos encontremos! Él no se avergüenza de encontrarse con nosotros en cualquier punto de partida. Él solo nos pide que tomemos cada paso con Él. Él provee la dirección y la fuerza.

¡Y el tiempo! El hecho es — y esta es una observación personal, no una declaración dogmática — que la mayoría de las personas no han alcanzado la perfección al momento de morir. Es allí cuando entra en juego el purgatorio. Es una extensión del plan de Dios porque Él quiere que estemos — perfectamente purificados — combinados con Su misericordia por donde estamos — no estamos allí todavía — y Su paciencia por como el plan se desarrolla — por nuestra cooperación con Su gracia.

El Día de todos los Santos celebramos aquellos para los que el maravilloso intercambio ya está completo. En el Día de los Fieles Difuntos celebramos a los que todavía están en el proceso. Si nos colocamos nosotros mismos con respecto a ambos grupos — aquellos que alcanzaron la meta, y aquellos que están en el camino, nuestro propio camino a seguir será más claro.

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