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SIRVAN AL SEÑOR CON ALEGRÍA | ¿Cultivamos la gracia o el pecado dentro de nosotros mismos?

Dios quiere habitar en nosotros y en el mundo a través de nosotros, pero necesitamos también elegir habitar en Él

Queridas hermanas y hermanos en Cristo:

¿Dónde habita Dios?

Las lecturas de esta semana nos hablan de la dedicación del templo de Salomón, y como la presencia de Dios vino a habitar en el templo. Para nosotros es importante comprender que el templo era el sucesor del Arca de la Alianza — que anteriormente era el lugar especial de la morada de Dios entre su pueblo. Y desde esa sucesión podemos pasar a pensar acerca de la progresión de este tema a través de la historia de la salvación: El Arca, El Templo, María, Jesús, el tabernáculo, cada uno de nosotros. Todos ellos se convierten en la morada del Señor, pero cada uno de su propia manera (no todos de la misma forma).

Mientras pensamos en donde mora el Señor, también tenemos que dibujar una historia de advertencia sobre el resto de la vida de Salomón — la que también oiremos esta semana. Salomón recibió de Dios un don especial, el don de la sabiduría. Podríamos decir que la sabiduría fue el carisma de Salomón, una manera especial en la que Dios vino a morar en Él, y un don especial que Dios dio al mundo a través de Salomón. Sin embargo, hacia el final de su vida, Salomón abandonó ese don, y se entregó a la adoración de otros dioses. El resultado no solo fue desastroso para él, sino que todo Israel pagó el precio — ¡no porque Dios dejara de habitar en él, pero porque él dejo de habitar en Dios!

En lugar de señalar a Salomón con el dedo, más bien, podemos llevar la reflexión a nosotros mismos: ¿dónde debemos morar?

La pregunta es hecha aún más aguda por la declaración de Jesús en el Evangelio de esta semana: “Nada que entre a uno desde afuera puede contaminarnos; pero lo que sale de dentro es lo que contamina… De dentro del hombre, de su corazón, salen los malos pensamientos, la fornicación, el hurto, el homicidio, el adulterio, la avaricia, la malicia, el engaño, el libertinaje, la envidia, la blasfemia, la arrogancia, la insensatez. Todos estos males vienen desde adentro y contaminan”.

¿Qué hay dentro de nosotros? Tanto la gracia como el pecado; tanto lo que es limpio como lo que es impuro; tanto la Palabra de Dios como nuestros deseos egoístas. Como Salomón, podemos llevar ambos al mundo. La pregunta es, ¿cuál de ellos cultivamos?

En el Salmo 132, lo que leemos junto con la dedicación del templo de Salomón dice: “Señor, ¡sube hasta el lugar de tu descanso!” La idea literal es que el Arca de la Alianza subió a la montaña en la cual se construyó Jerusalén para tomar su lugar en el Templo. El Templo se transformó en el lugar en el que moraba el Señor.

También vemos que el Espíritu descendió para habitar en Jesús en Su bautismo. Jesús se transformó en el nuevo lugar de descanso del Señor.

Y, en una bella oración que está incluida en el Catecismo de la Iglesia Católica, la beata Isabel de la Trinidad invita a Dios a hacer de su alma el lugar de su descanso. “Dale paz a mi alma. Haz de mi tu cielo, tu morada amada, y el lugar de tu descanso”.

La pregunta de la morada, entonces, es una calle de doble sentido. Dios quiere habitar en nosotros, y en el mundo a través de nosotros. Sin embargo, necesitamos elegir también habitar en Él. Cuando escogemos habitar en Dios — con oración atenta, con palabras reflexivas, con acciones desinteresadas — nos transformamos en Su morada en el mundo, y somos una fuente de luz y de descanso para otros. Cuando elegimos no habitar en Dios — por la falta de oración, las palabras irreflexivas, y las acciones egoístas — fallamos en transformarnos en la morada del Señor, y dejamos a los demás sin luz y sin morada.

El deseo y la oferta de Dios es clara: Él quiere habitar en nosotros. ¿Escogeremos habitar en Él, o como Salomón, nos volveremos hacia otros dioses?

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