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SIRVAN AL SEÑOR CON ALEGRÍA | Construir una cultura de confesión y perdón sinceros

Cuando recibimos la misericordia de Dios, nos podemos transformar en instrumentos de Su misericordia en el mundo

Queridas hermanas y hermanos en Cristo:

Imagínate que alguien ha cometido un delito importante o un pecado grave (¡Eso no es difícil si leemos el periódico o vemos las noticias!) Sería bueno oír algo como esto:

“Lo que hice estuvo mal. A decir verdad, lo sabía, pero pensé que podría salirme con la mía. Pensé que nadie lo notaría. Pensé que al final, no sería una gran diferencia para nadie. Ahora se lo equivocado que estaba. Pido disculpas. Les pido perdón. Como penitencia, pasaré el próximo año sirviendo a los necesitados , y no tendré nada más que decir hasta después de eso”.

Esta es una disculpa clara, seguida de un periodo de arrepentimiento. Como dicen, ¡no hay que ser un genio para saberlo! Entonces, ¿por qué es tan raro verlo?

En lugar de preguntarnos por qué otras personas no hacen esto, aprovechemos la oportunidad que nos da la Cuaresma para mover al mundo en esa dirección. No podemos hacer que los demás pidan perdón y se arrepientan. Sin embargo, podemos hacerlo en nuestras propias vidas. Y al hacerlo, tendremos credibilidad para llamar a otras personas a realizar esa tarea cuando no lo hacen, y la profundidad moral para hacer una invitación efectiva para hacerlo.

“Hemos pecado, hemos sido malvados, y hemos hecho el mal”. Así habla el profeta Daniel el lunes en la primera lectura de la semana, estableciendo el mismo tono para toda la semana. Fíjate como sigue: “Pero tú, Señor, eres nuestro Dios, siempre misericordioso y dispuesto a perdonarnos”. Dios siempre ofrece su misericordia a los pecadores. La confesión y el arrepentimiento sinceros abren un espacio en nosotros en el cual podemos recibir su misericordia. Y cuando recibimos la misericordia de Dios, nos volvemos instrumentos de Su misericordia en el mundo.

Quizás esa es una de las razones por las cuales a las personas les es difícil pedir disculpas: temen que no hay misericordia para el pecador. Y nuestra cultura confirma bastante bien el punto: los pecadores son anulados.

¡Afortunadamente ese no es el enfoque que Dios toma con nosotros! Jesús no “anula” o “es hostil” al mundo pecador. Es más bien, precisamente lo contrario: Él viene al mundo, y toma para sí el peso de nuestros pecados porque Él sabe que podemos decirle al mundo que hay otra manera para lidiar con el pecado.

Estamos acostumbrados a pensar que nuestra principal tarea en la vida es imitar la manera de ser y de actuar de Dios. En eso hay mucho de verdad — ¡somos llamados a seguir el ejemplo de Dios!

Sin embargo, lo que no podemos olvidar, ¡es la advertencia del Evangelio de que Dios seguirá nuestro ejemplo! “Perdona, y serás perdonado”. “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. “Con la medida que midas a los demás, con esa misma medida serás medido”.

Una cultura que no puede hacer una confesión honesta, y que no puede perdonar, se está preparando para su caída. La Cuaresma nos da la oportunidad de comenzar a construir otra clase de cultura.

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