Por ejemplo, hay algo que san Pablo enfatiza en su carta a Tito. En el pensamiento de la antigua Grecia, había una distinción entre el contenido de lo que alguien dice, y el carácter de la persona que lo dice. San Pablo le pide a Tito que les enseñe a las personas la necesidad de mantener un carácter recto, para que la fe pueda plantear su situación ante el mundo. Por ejemplo, él le dice a Tito que el obispo debe ser intachable, moderado, santo y con control de sí mismo. Esto se debe a que, al exhortar a los fieles y refutar a los oponentes, el carácter del obispo importa, no solo sus palabras. De la misma manera, san Pablo instruye a Tito acerca de los laicos, solicitándole que se muestren a sí mismos “como un modelo de las buenas obras en todos los asuntos”. San Pablo sabía que el contenido de la fe era correcto. Él quería asegurarse que el carácter de los fieles fuese correcto también.

Es una buena lección para nosotros en el medio del escándalo. El problema no es el contenido de la fe; nosotros podemos aferrarnos a eso con una conciencia clara. El problema es el carácter de algunas de las personas que proclaman la fe, y debemos mantener eso bajo un escrutinio crítico. Sin embargo, lo que se transforma en una lección para cada uno de nosotros es lo siguiente: incluso cuando criticamos a otros con toda la razón, necesitamos estar seguros de que nuestro carácter esté a la altura del contenido de la fe que proclamamos.

También celebramos esta semana la fiesta de san Alberto Magno, el santo patrono de la ciencia y los científicos. Dentro de un año celebraremos la primera “Misa de Oro” en la Arquidiócesis de San Luis, para celebrar las contribuciones de la ciencia y los científicos a la fe. La relación entre la fe y la ciencia es algo que realmente necesitamos reflejar en nuestros días.

Albert Einstein dijo en una oportunidad: “La ciencia sin religión es coja; la religión sin ciencia es ciega.” Un gran rabino judío de nuestros días compara la ciencia y la religión con los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro: ambos son esenciales, y al alterar la función de uno, o la comunicación entre los dos, se perjudica el florecimiento humano. Un profesor del Instituto de Tecnología de Massachussets, un científico y un convertido al cristianismo, dice que la ciencia es como ver y la religión como escuchar: cada una nos ofrece una percepción importante y complementaria, y nos veríamos empobrecidos si sacrificamos a alguna de las dos. San Juan Pablo II dice que la fe y la razón son como dos alas con las cuales el alma se eleva para contemplar a Dios.

Cualquiera que sea nuestra metáfora favorita (y cualesquiera sean los límites de cada una), el punto común es el siguiente: no hay un conflicto fundamental entre la fe y la ciencia. Ambas son regalo de Dios, y no necesitamos enfrentarlas la una a la otra. La palabra de Dios y el mundo de Dios fueron hechos para ser leídos en conjunto, y pueden ser leídos conjuntamente.

Cuando hacemos eco de la solicitud de los apóstoles no solo le pedimos a Dios que aumente la cantidad de cosas en las que creemos. Le estamos pidiendo que libere todas las dimensiones cualitativas de la fe en nuestras vidas — como la relación entre contenido y carácter y la relación entre la fe y la razón.

Así que, digamos con los apóstoles “Jesús, ¡aumenta nuestra fe!”