El evangelio de esta semana también nos plantea esa misma pregunta. A medida que se desenvuelve la temporada navideña Jesús hace grandes cosas: cura las enfermedades de la gente, multiplica los panes y los peces, camina sobre el agua, asombra a la gente con sus palabras, cura a un leproso. El relato de estas obras milagrosas a veces deja a las personas preguntándose: ¿por qué Dios no hace milagros en nuestros días?

Parte de la respuesta es: Él los hace, solo que no siempre oiremos acerca de ellos.

Parte de la respuesta es que Dios siempre actúa en una manera apropiada para la época. En el Antiguo Testamento, Él dio ciertas clases de señales y maravillas — por ejemplo, las señales de los profetas — pero Él nunca mostró su rostro a los israelitas. En el Nuevo Testamento, Jesús dio señales y maravillas y nos mostró el rostro de Dios, pero su ministerio fue en un lugar a la vez, no en todas partes a la vez. En nuestros días, Él da otras señales y maravillas — por ejemplo, en los sacramentos — a través de los cuales Él lleva a cabo su ministerio en cada lugar al mismo tiempo. Se nos revela el amor de Dios, pero las maravillas que hace son siempre adecuadas a la etapa de la historia de la salvación que está sucediendo.

De esta forma el amor de Dios es como el amor de un padre por su hijo. Los padres siempre aman a sus hijos, pero muestran su amor de diferentes maneras. Cuando el niño es un infante, el amor se expresa de una manera: el padre hace todo por el niño. Cuando el niño se hace un adolescente, el amor se expresa en forma diferente: el padre le enseña al niño a ser independiente. Cuando el niño se hace adulto, el amor vuelve a ser diferente. El amor siempre está ahí, pero se expresa en forma diferente en cada edad del niño.

¿Cómo luce el amor de Dios en nuestros días? Es el mismo amor, aunque no siempre se expresa a sí mismo con las mismas señales y maravillas. Quizás la expresión es más tranquila y más sutil. Sin embargo, es igualmente real.

Así que la pregunta vuelve a nosotros. Toda la temporada navideña mostramos nuestro amor a la gente en formas extraordinarias. A medida que hacemos la transición al Tiempo ordinario, ¿cómo mostraremos nuestro amor en nuestra vida diaria de forma más tranquila y sutil, pero igualmente real? Quizás podemos vaciar el lavaplatos para ayudar a la esposa, hacer algo por un vecino, tomar una actitud positiva hacia algo difícil, rezar por alguien regularmente, mencionar la Iglesia a un amigo.

Alrededor de nosotros, la cultura se mueve de una fiesta extraordinaria a otra, parecemos incapaces de encontrarle significado a tiempos normales: de Halloween a Acción de Gracias, a Navidad, a san Valentín, a san Patricio, a Semana Santa, etc. En algún momento esto se vuelve agotador. Quizás podemos mostrar una mejor forma de hacerlo.

Dios establece un patrón. Él siempre nos ama, pero expresa su amor en diferentes formas de una época a otra. ¿Podemos nosotros hacer lo mismo? ¿Cómo podemos expresar nuestro amor al prójimo a medida que entramos en el Tiempo ordinario?