Esta semana leemos la carta de san Pablo a los gálatas.
Los
gálatas al aceptar la fe en Jesucristo comenzaron a creer que ellos
tenían que seguir las leyes judías para salvarse. Pablo, que había
seguido fielmente la ley, sabía que solamente había recibido una
relación de salvación con Dios a través de la fe. Los gálatas, que no
habían seguido en lo absoluto las leyes, también recibieron esa relación
a través de la fe. De tal manera, Pablo sabía, viéndolo desde cualquier
ángulo, que la salvación es un don que se recibe a través de la fe. El
pensó que los gálatas también debían conocer eso. Eso provocó su famoso
arrebato: “Oh, ¡gálatas tontos!.. ¿Recibieron al Espíritu a través de
las obras de la ley o a través de la fe?”
La insistencia de Pablo
de que la fe es la clave para la salvación nos debe impulsar a preguntar
acerca de la naturaleza de la fe, para así asegurarnos de cultivarla.
El Catecismo de la Iglesia Católica hace un excelente trabajo al
desarrollar las características centrales de la fe en sus parrafos
142-184.
Primero: La fe es un don que proviene de
Dios, pero esto no significa que podamos darlo por sentado. Como
nuestra vida, podemos matar nuestra fe rechazándola directamente; como
nuestra salud, también podemos perder nuestra fe por negligencia.
Por
ejemplo, si siempre leemos el periódico, pero nunca leemos los
evangelios, las malas hierbas de las perspectivas mundanas crecerán y
ahogarán nuestra fe. Si hacemos tiempo cada día para ver nuestro
programa favorito de televisión, pero no encontramos ningún momento para
rezar, lentamente nos haremos incapaces de oír la voz apacible y suave
de Dios.
Entonces, la fe no llega de una vez por todas. Solo
porque en algún momento profesamos la fe esto no significa que todavía
está viva y bien dentro de nosotros. La fe necesita riego y retirar la
maleza constantemente, o puede morir por negligencia.
Segundo:
Si la alimentamos, la fe nos ofrece una muestra de las alegrías del
cielo. El Papa Emérito Benedicto XVI explicó que la fe no es simplemente
un sentimiento subjetivo de seguridad, sino que nos da una realidad
objetiva: “La fe atrae al futuro dentro del presente, de modo que el
futuro ya no es el puro ‘todavía no’. El hecho de que este futuro existe
cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y
así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes
en las futuras” (Spe Salvi,7) Podemos decir que en ese sentido la fe es
similar a un embarazo: No se trata solamente de que usted tendrá un
niño, ¡ya usted tiene un niño!
Así, tal como lo hace el niño en su
vientre, se supone que la fe crecerá. Sería triste si no creciéramos
física y emocionalmente más allá de nuestros años de escuela primaria.
Lo mismo es cierto de nuestra fe. Cuando somos jóvenes, otros se
encargan de arreglar nuestros encuentros con Jesús y nos ayudan a
comprenderlo más profundamente. A medida que crecemos, somos llamados a
tener más iniciativa. Muchos caemos porque siempre estamos esperando que
alguien nos indique el programa a seguir.
Entonces, la fe
necesita crecer. Podemos y debemos ser como niños en la fe. Sin embargo,
no podemos ni debemos ser tan infantiles para esperar que otros
alimenten nuestra fe. Debemos decidir por nosotros mismos como aumentar
nuestra relación con Cristo.
Cuidemos y ejercitemos nuestra fe
para que san Pablo nunca tenga que decirnos: “Oh, tontos estadounidenses
… ¿descuidaron la fe que les fue concedida?”