Sesenta años más tarde, quizás es tiempo para considerar una rectificación del rumbo. Tal vez, el “hacernos aceptables” no debería ser nuestro objetivo primordial. Las lecturas de esta semana desafían esta aproximación y nos señalan hacia otra posibilidad.

Esta semana Esteban predica el Evangelio en Jerusalén, y es apedreado. Felipe predica el Evangelio en Samaria, y es recibido con alegría. Jesús predica el sermón del Pan de Vida, y muchos de sus propios discípulos lo abandonan. Jesús confronta a Saulo en el camino a Damasco, y uno de los principales enemigos de la Iglesia primitiva se convierte.

En otras palabras, cuando la Iglesia predica el Evangelio, a veces “gana” en términos terrenales — como lo hizo con Felipe y Pablo, y a veces “pierde” en términos terrenales — como pasó con Esteban y el sermón del Pan de Vida. Sin embargo, el compromiso de la Iglesia es dar testimonio fiel de la palabra, no ser encontrada aceptable por el mundo. Y este compromiso con la Palabra es siempre una ganancia en términos de eternidad, aun cuando cueste algo en términos terrenales.

Entiendo que la política es el arte de lo posible. Y no estoy diciendo cómo deberíamos sopesar todos los hechos al decidir como votar — Les ofreceré más ideas sobre eso a medida que se acerquen las elecciones. Solo estoy diciendo, que en este momento hay una trayectoria de 60 años en nuestras ideas que necesita un desafío.

Como católicos, estamos comprometidos con la protección de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el matrimonio entre un hombre y una mujer, y el papel fundamental del cuerpo en la identidad sexual y de género. Sin embargo, a pesar de estos compromisos, algunas veces nos censuramos nosotros mismos para ser aceptables para el partido Demócrata.

Como católicos, estamos comprometidos con una hospitalidad generosa hacia los inmigrantes, con una gestión ambiental mejor y de mayor alcance, y con la prioridad de los pobres en la toma de decisiones económicas. Sin embargo, a pesar de esos compromisos, a veces nos autocensuramos para hacernos aceptables para el partido Republicano.

Nuestra prioridad como católicos no debería ser un cálculo acerca de lo que sería aceptable para algún partido. Especialmente en esta temprana etapa del ciclo electoral, cuando los términos básicos de las conversaciones y debates se están todavía formando, ¿que podría pasar si nuestra prioridad fuese dar testimonio del Evangelio en todas sus características, y permitir a las fichas caer donde Dios lo permita — tal como lo hizo la Iglesia primitiva?

Cuando Jesús dio testimonio de la verdad, algunas veces “funcionó” y otras no — pero su misión avanzó y esa fue la clave. Cuando la Iglesia primitiva dio testimonio de Jesús, algunas veces “funcionó” y otras no — pero su misión avanzó y esa fue la clave. Aun cuando los primeros cristianos fueron expulsados de la sinagoga, eso solo sirvió para una mayor y más rápida propagación del Evangelio.

Cuando pensamos acerca de las conversaciones políticas, ¿cuál creemos que es la clave: dar testimonio de la Palabra, o hacernos pasar por aceptables para el mundo?