Primero, es importante darse cuenta que él reflexiona sobre las palabras de Jesús: “Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre celestial es mi hermano, y mi hermana y mi madre”. (Mateo 12:50/Marcos 3:35/Lucas 8:21)

San Agustín simplemente enfatiza que Jesús realmente se refiere a lo que Él nos dice.

Una de las mejores maneras para comprender el punto es como lo explica san Juan Eudes, quien dijo: “[Jesús] desea que nosotros perfeccionemos el misterio de su encarnación y nacimiento al formarse a sí mismo en nosotros, y así renacer en nuestras almas.” San Juan mantuvo que Jesús se forma en nosotros a través de los sacramentos y de nuestra vida diaria.

En este sentido, se vuelve bastante simple. En la medida que ayudamos a Cristo a nacer en otras personas, a través de los sacramentos y de su vida diaria, nos convertimos en madres de Cristo. En la medida en la que cultivamos la vida de Cristo en los demás, y ayudamos a que su vida florezca en ellos, nos convertimos en madres de Cristo.

¿Cuáles son algunas maneras prácticas para hacer esto?

Primero, ¡llevar a otros a los sacramentos! Pregúnteles a los padres jóvenes si han programado el bautizo de su hijo. Ayude a las personas mayores a asistir a la misa. Invite a otras personas a ir con usted a confesarse. Cuando hacemos esta clase de cosas estamos ejerciendo el ministerio de las “madres de Cristo” — al permitirle a Él nacer y crecer en los demás.

Segundo, ayudando a las otras personas con las expresiones diarias de fe. Rece con los demás. Apóyelos cuando tratan de vivir la fe. Desafíelos (¡con tanta habilidad humana como pueda tener!) cuando no estén viviendo de acuerdo con su fe. Cuando hacemos estas cosas, cuando ejercemos el ministerio de las madres de Cristo, ayudamos a que la vida de Cristo crezca en los demás.

Como dijo san Gregorio Magno: “Es por encima de todo la madre de Cristo quien predica la verdad; porque él da a luz a nuestro Señor, y lo trae a los corazones de sus oyentes; y es de esta forma madre de Cristo quien a través de sus palabras inspira el amor de nuestro Señor en el espíritu de su prójimo.” Cuando nuestras palabras y obras ayudan a que Cristo viva en los corazones de los demás, nos convertimos en madres de Cristo.

Esta semana las lecturas diarias y las del domingo nos hacen dirigir nuestros pensamientos hacia el fin de los tiempos. Los pensamientos de la segunda venida de Cristo a menudo producen temor en el corazón de la gente. Sin embargo, déjeme proponerle esto: en la medida que crecemos como madres de Cristo, seremos menos temerosos de su segunda venida.

¿Por qué?

Porque si pasamos nuestros días ayudando a Jesús a venir al mundo, en nuestras vidas y en las de los que nos rodean, estaremos bien entrenados para dar la bienvenida a la venida de Cristo. Mientras más practiquemos darle la bienvenida a su venida diaria al mundo, menor será nuestro temor acerca de su venida definitiva al mundo.

Busquemos las oportunidades para transformarnos en “madres de Cristo”.