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FRENTE A LA CRUZ | Nuestras escogencias — pecaminosas o llenas de gracia — afectan a los demás

San Pablo nos habla acerca de la doble herencia de Adán y de Jesús

Estamos en la segunda de las cuatro semanas de las lecturas de la carta a los romanos. Esta semana me gustaría llamar su atención solamente sobre uno de los aspectos del pensamiento de san Pablo.

En romanos 5, san Pablo nos habla acerca de cómo recibimos esa doble herencia. A través de Adán nacimos en el pecado, y a partir de él heredamos la muerte. A través de Cristo renacemos en la gracia, y a través de Él heredamos la vida eterna.

En Romanos 7, san Pablo nos habla acerca su experiencia con esta doble herencia. “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero hacer”. Esta es una gran definición psicológica del pecado, y todos podemos verificarlo por nuestra propia experiencia. Como Pablo, nos sentimos atraídos en dos direcciones diferentes. Sabemos lo que es bueno, y queremos hacerlo, pero fallamos. Sabemos que algo está mal, y lo hacemos de todas maneras. Las dos herencias compiten dentro de nosotros.

En ese contexto, san Pablo nos insta: “No presenten sus cuerpos al pecado…más bien preséntense a sí mismos a Dios”. Él nos recuerda que, aunque nos sintamos atraídos en esas dos direcciones, escoger la dirección a tomar es nuestra decisión. Y eso importa porque nuestra vida y nuestra muerte espiritual están en juego.

San Juan Pablo II, cuya fiesta celebramos esta semana (el 22 de octubre), añadió algo más: que las consecuencias de nuestras escogencias no solo nos afectan a nosotros. Para bien o para mal, afectan también a los demás. Él dijo que, gracias a la comunión de los santos, es “posible decir que cada alma que se eleva sobre sí misma eleva al mundo”. ¡Esas son noticias esperanzadoras! Sin embargo, el agregó que uno puede hablar de “una comunión con el pecado, por la cual un alma que se degrada a sí misma a través del pecado arrastra consigo a la Iglesia, y de alguna manera, a todo el mundo.”

La ciencia de la ecología nos muestra como las cosas se conectan unas con otras en el mundo natural. San Juan Pablo simplemente nos quiso señalar que también hay una ecología sobrenatural. En esa ecología sobrenatural no existen pecados ni virtudes privadas: cada pecado y cada virtud dan forma al ambiente espiritual del mundo.

Cada uno de nosotros experimenta la doble herencia de Adán y de Cristo — la competencia entre el pecado y la gracia — de nuestra propia manera. Y sabemos que cada uno de nosotros tiene que decidir cuál de esas herencias reclamará. Y es el momento de dejar de pretender que nuestras decisiones sobre el pecado o la gracia no tienen consecuencias sobre los demás. Cada vez que nos rendimos al pecado manchamos el mundo espiritual de todos los demás; y cada vez que nos rendimos a la gracia de Dios de alguna manera elevamos al mundo entero.

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